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Orientación filosófica:

La orientación jerárquica o pedagogía perenne.

Memoria del curso para asesores filosóficos de ASEPRAF.

Madrid. 2003/04

Josep M. Carbó Teigeiro

Índice:

1. Orientación versus asesoramiento

2. Orientación jerárquica

3. Pedagogía perenne

4. Topografías del desarrollo

4.1 De los mapas y las tipologías

4.2 Los siete chakras

4.3 La espiral del desarrollo

Orientación filosófica: La orientación jerárquica o pedagogía perenne.

Voy a dedicar esta primera parte a justificar el enfoque de asesoramiento filosófico que defiendo. Para ello me sirvo de los tres títulos con los que encabezo esta memoria.

1. Orientación versus asesoramiento.

Quisiera distinguir en primer lugar la orientación del asesoramiento. Sabemos que hay un debate abierto entorno a la denominación de esta nueva actividad social consistente en ayudar a las personas desde la filosofía. En los foros de ASEPRAF nos ocupamos ampliamente de ello y aparecieron razones y justificaciones harto convincentes a favor y en contra de las distintas denominaciones.

Aunque gran parte de este debate es, a mi modo de ver, superficial y de escasa trascendencia, voy a ahondar en una cuestión de distinción léxica para, una vez llevada al extremo, usarla para distinguir entre dos enfoques radicalmente distintos.

Asesorar es dar consejo a alguien. A mi modo de ver el asesoramiento se refiere a los medios con los que alguien puede llegar a un fin. Asesoramos cuando alguien nos pide cómo cumplimentar la declaración de renta o cuando pretendemos afrontar un juicio con posibilidades de éxito, por ejemplo. En general, cuando alguien nos pide consejo esperamos a que nos cuente respecto a qué aspecto de su vida o de su actividad quiere el consejo. “Aconséjame” es una súplica que sigue a una exposición de problemas. En resumen, un consejo podemos verlo como una acción complementaria a un fin, un objetivo sobre el que no se nos ha pedido consejo.

Un asesor filosófico, si consideráramos este punto de vista tan estricto, sería alguien que ayuda a las personas a conseguir sus objetivos, pero sin juzgarlos. Sólo cuando la habilidad del asesor enfrenta al asesorado con una mala formulación de objetivos, puede trascender esta mera función de articulación de medios a fines.

Aunque este tema ha aparecido en los foros y se ha hablado de los límites éticos de los asesores filosóficos que puedan recibir demandas respecto a fines poco claros (ganar dinero, conseguir un cargo, convencer a alguien,...), en ningún caso parece obvio que un asesor pueda negarse a ayudar a alguien en la consecución de sus objetivos sin declararse moralmente superior al asesorado y apelar a su conciencia.

En estos casos el asesor debería decir algo parecido a: “Entiendo que usted quiera conseguir esto que me propone, pero mi ética me impide ayudarle” Cuando el asesorado le pida por qué, deberá apelar a su conciencia sin dar más explicaciones (conciencia religiosa, por ejemplo) o bien defender una axiología en la que aparezca su posición como superior a la del asesorado en la misma escala. Con ello significará que desde la posición ética en la que está percibe los objetivos del asesorado como erróneos.

Pero en el caso de que un asesor argumentara de esta manera estaría claramente ejerciendo de orientador en el sentido en que yo lo entiendo y que paso a comentar a continuación.

Orientar, según el diccionario de la Real Academia, tiene siete acepciones distintas. En todas ellas se sugiere -si no se indica claramente- la existencia de un referente objetivo y fijo. El orientador pues no es un experto en medios sino en fines. Se especializa en lo que es digno de ser deseado, en lo que son valores absolutos o referentes jerárquicos. Veamos el diccionario:

  1. Colocar algo en posición determinada respecto a los puntos cardinales. 2. Determinar la posición o dirección de algo respecto a un punto cardinal. 3. Informar a alguien de lo que ignora y desea saber, del estado de un asunto o negocio, para que sepa mantenerse en él. 4. Dirigir o encaminar a alguien o algo hacia un lugar determinado. 5. Dirigir o encaminar a alguien o algo hacia un fin determinado. 6. Designar en un mapa, por medio de una flecha u otro signo, el punto septentrional, para que se venga en conocimiento de la situación de los objetos que comprende. 7. Disponer las velas de un buque de manera que reciban el viento favorable.

En las acepciones primera, segunda y sexta que son del ámbito geográfico (el valor absoluto es oriente, tal como indica la raíz léxica de la palabra “orientar”) se da por supuesta y cognoscible la referencia respecto a la cual deben situarse cualquier elemento de la consulta. De hecho ni se plantea. Cuando alguien se encuentra perdido en un desierto y busca orientación para salir de él, no suele cuestionarse la existencia de oriente y occidente. Su desorientación indica que ignora dónde se halla respecto a estos valores absolutos.

La tercera acepción del verbo orientar nos remite a otro valor absoluto que en este caso es la verdad que alguien desconoce. Sólo en las acepciones quinta y sexta , que son claramente metafóricas, puede tomarse la orientación como algo relativo a fines. Seria un uso laxo del término como lo sería usar “asesoramiento” en el sentido de fijar fines (algo que también se da a menudo)

La acepción séptima perteneciente al léxico marinero, es a mi modo de ver, poéticamente hermosa y claramente indicadora de valores como fines. “Disponer las velas para que reciban viento favorable” es toda una declaración de principios para un orientador que aspira a ayudar a dirigir la nave de nuestras vidas al puerto feliz de la auto-realización.

Así pues, y aún con la conciencia de que estoy exagerando una falsa disyuntiva entre orientación y asesoramiento, permitid que la use con fines didácticos.

Un asesor debe primera escuchar a alguien para que le cuente sus objetivos y luego asesorarle para que pueda conseguirlos de la mejor forma posible. Aparecen en este enfoque dos matices distintos de una objeción general. ¿Son cuestionables los objetivos que nos plantea el asesorado?

- Primer caso:

El asesorado sabe lo que quiere pero no cómo conseguirlo. Este es el caso por excelencia del asesor puesto que su trabajo reside en el mundo de los medios y no de los fines. (Recordemos que así de maniqueamente hemos distinguido asesor de orientador) La duda que puede aparecer es la del desacuerdo ético del asesor con el asesorado. Si alguien le pide al asesor que le ayude a suicidarse o a cometer un desfalco, el asesor debería hacerlo excepto en el caso de que su conciencia se lo impidiera. Si este fuera el caso, la conciencia del asesor tiene sus propios fines absolutos a los que obedecer y situada en un nivel ético superior a la del asesorado. No colaborará con él o lo hace cuestionando su jerarquía de valores. Esta no es una postura correcta para quien se define como profesional de los medios. Debería explicitar su creencia en una jerarquía de valores y redefinirse como orientador en lugar de asesor.

- Segundo caso:

El asesorado sabe lo que quiere y cómo conseguirlo pero intuye que hay otras formas más ventajosas de conseguirlo. De nuevo aparece la duda ética en los casos en los que el asesor conoce formas y procedimientos más eficaces que pueden, en algunos casos, ser incluso menos nobles para conseguir estos objetivos. ¿Debe un asesor aconsejar un medicamento anestesiante para ayudar a un suicida que se plantea una solución dolorosa?

Un buen experto en medios no debe convertirse en un juez de fines. Si pedimos a un empleado de RENFE un horario para llegar a Guadalajara, no debe cuestionarnos qué buscamos en esta ciudad sino facilitarnos el desplazamiento y ofrecer a nuestra consideración la mejor opción en caso de que no sea la que nos estamos planteando.

Un asesor así no es posible en el caso que nos ocupa del asesoramiento filosófico. No podemos ayudar a alguien sin que haya un intercambio de filosofías, un vínculo íntimo entre la posición vital de ambos y una realimentación de nuestras propias visiones de forma que produzca crecimiento en ambos lados de la relación. Un asesor siempre presupone una jerarquía ética y cualquier asesoramiento es siempre indefectiblemente una orientación. Defender lo contrario es, no sólo vano, sino imposible. Espero poder defender con mejor fundamento esta arriesgada tesis en la segunda parte de esta memoria.

Nos queda, antes de pasar al siguiente punto el caso del asesorado que no sabe qué es realmente lo que quiere. En este caso, no estamos ante alguien que nos pide consejo sino ante alguien que nos plantea una duda. Aunque en la realidad es imposible distinguir los procesos de duda existencial (“no sé lo que me pasa ni lo que quiero”), de los de necesidad de asesoramiento (“Tengo un fin, ayúdame a conseguirlo”) y de los de demanda de orientación (“Ayúdame a encontrar el fin”), hagamos una peligrosa simplificación y llamemos “consulta” a lo primero, “consejo” a lo segundo y “orientación” a lo tercero. Más adelante hablaremos de cómo en mi opinión debemos ayudar a los consultantes y a los aconsejados (asesorados) a tomar la posición de orientado. En cualquier caso un asesor no debería plantear fines en una “consulta” puesto que eso sería indicar un camino, una dirección, y aparecería la pregunta de “hacia dónde” dirige el asesor a esta persona. Si el asesor respondiera que existen unos valores esencialmente humanos (sea la realización, la felicidad o cualquier otra formulación metafísica) dejaría de ser asesor y pasaría a ser orientador. (La realización o la felicidad serían “oriente”)

Planos y mapas:

No puedo esta vez apelar al diccionario puesto que no distingue en esencia el plano del mapa. El mapa parece englobar superficies más amplias. Para mi finalidad expositiva, no obstante, definiré un mapa como la representación esquemática, en dos dimensiones de un terreno, una población, una máquina, una construcción, etc. y un plano como esa misma representación, pero con la peculiaridad de que algo que buscamos o valoramos está identificado y localizado.

Así pues podemos pedir consejo (asesoramiento) ante un mapa, puesto que el lugar o destino elegido depende de nuestra opinión, pero debemos pedir orientación en un plano dado que el destino está fijado y sólo la ignorancia nos haría no desearlo.

Se supone que un mapa de España sirve para cualquier destino, pero un plano del tesoro sólo tiene sentido para encontrar el tesoro.

Saliendo del simil, diríamos que un orientador debe afrontar la consulta o el trabajo, identificando el objetivo (el sentido de la vida, los valores elevados, los que llamamos absolutos en la jerarquía) y ayudando al orientado a reconocer estos puntos básicos. Luego será más fácil encontrar nuestra posición y los itinerarios, dificultades y vicisitudes que nos esperan en el camino.

Frente a un mapa sólo cabe preguntar. ¿A dónde quiere ir? Y luego como experto dar las orientaciones para que el asesorado pueda descubrir la forma de interpretar y usar el mapa.

Rápidamente vemos aquí que la postura del asesor o trabajador de mapas debe afrontar la posibilidad de que el asesorado le platee un destino que él considera no ético. En este acto, el asesor descubre (en mi opinión) que el mapa es un plano y que hay valores o referentes que no pueden ser obviados.

Acaba reconociéndose como orientador de planos más que como asesor de mapas.

2. Orientación jerárquica:

Voy a hablar aquí de las marcas y señales que aparecer en los planos. En mi opinión la realidad es jerárquica en todos sus niveles. Sigo en este enfoque a una larga tradición sintetizada espléndidamente en mi opinión por Wilber[1], máximo exponente del eclecticismo filosófico contemporáneo y uno de los principales representantes de la psicología transpersonal.

No me entretendré, por no ser éste el lugar adecuado, en la fundamentación y estructura de lo que Wilber llama la Gran Cadena del Ser (GCS) que no es otra cosa que una visión holística del todo.

En este caso el “todo” al que se alude es la compleja estructura articulada de visiones de la realidad. Existen múltiples visiones de la realidad que obedecen a los momentos evolutivos de quien las percibe. Las visiones infantiles y míticas son prácticamente universales ontogénicamente y son ampliamente reconocibles las visiones racionales y lógicas. No lo son tanto las transracionales o espirituales que acontecen cuando los niveles de conciencia superan las estrecheces de la lógica formal y su construcción mental consecuente. Las distintas visiones del mundo derivadas de los estadios o momentos evolutivos no son contradictorias unas con otras sino que las superiores forman versiones ampliadas e integradas de las inferiores sin negar ningún aspecto, aunque si reinterpretándolo.

Y las múltiples visiones integradas no son únicamente les que van apareciendo con la evolución personal y social sino también las que derivan de los enfoques o posiciones que adopta el observador. Wilber las abarca todas y las clasifica en los 4 cuadrantes que incluyen las visiones evolutivas de la realidad desde las coordinadas interna y externa, por lo que se refiere al punto de vista del observador e individual y colectiva si consideramos al sujeto de esta observación.

Así, formando los 4 cuadrantes podemos considerar la evolución de las visiones

  1. interior individual: en la que percibimos los progresos de una visión construida por la simple sensación a la visión emocional, la simbólica, la conceptual, la de las operaciones concretas, formales,...
  2. interior colectiva: las visiones arcaicas, mágicas, míticas, racionales, transracionales,...
  3. exterior individual: átomos, moléculas, organismos neuronales, cerebros reptiliano, límbico o mamífero, neocortex, funciones transfísicas[2], ...
  4. exterior colectiva grupos, familia, tribu, estado/imperio, nación/estado,...

Esta visión holística (integral la llama Wilber) ha recibido un amplio consenso como no podría ser de otra forma. Wilber no niega ni rechaza ninguna aportación e incluye las enseñanzas de las grandes religiones que han conocido desde siempre esta unidad jerárquica y harmónica que es el cosmos y lo han expresado con nombres distintos: Tao, Dios, Geist, Formas Arquetípicas, Razón, Li, Mahamaya, Brahman,... La Gran Cadena del Ser ha sido en palabras de Lovejoy[3] : “la filosofía oficial de la mayor parte de la humanidad civilizada a lo largo de la mayor parte de la historia.”

La GCS que incluye los tres grandes dominios de la materia (fisiosfera), vida (biosfera) y mente (noosfera), ha recibido las aportaciones y matices de gran parte de los filósofos y científicos como Leibniz, Darwin, Marx, Hegel, Teilhard de Chardin y los más recientes Gebser, Habermas, Foucault,... De forma especial la ciencia y más concretamente las nuevas ciencias (Teoría General de Sistemas, cibernética, teoría de sistemas autopoiéticos -los que explican los procesos emergentes autónomos-, la teoría del caos, etc.) aportan una fundamentación rigurosa desde el punto de vista físico-energético a la GCS.

Más que describir la GCS me centraré en las implicaciones de su existencia para el asesoramiento filosófico.

En pocas palabras podríamos decir que el hecho de que las visiones de la realidad (cosmos) sean jerárquicas implica que algunas son más evolucionadas que otras y por lo tanto más cercanas a la verdad a la que todos aspiramos. Una visión de la realidad percibida desde un cerebro que está en el periodo de las operaciones concretas forzosamente será más imperfecta que una elaborada desde las operaciones formales. Lo mismo podemos decir de las visiones míticas respecto a las lógicas y de las percibidas por un mamífero respecto a la sensibilidad vegetal o de las cosmovisiones de las culturas neolíticas respecto a las industriales o informáticas.

Esto que parece una obviedad debe ser claramente puesto de relieve en los momentos actuales en que gran parte de la sociedad occidental comparte una visión no jerárquica de la realidad que defiende la legitimidad de cualquier punto de vista independientemente del momento evolutivo desde el que percibe. Esta época de lo políticamente correcto que no admite distinciones entre las propuestas más evolucionadas y las más retrógradas puede fomentar una confusión que genere un gran bloqueo en la evolución. Analicemos más detenidamente este proceso que Wilber denomina “Boomeritis”[4] y al que ha dedicado un libro recientemente.

Boomeritis sería la visión del relativismo en todos los ámbitos, la madurez de una conciencia que se reconoce relativa, ecológica y universal y que evita identificarse como superior a las visiones anteriores de las que deriva. Desde esta visión de lo políticamente correcto, las prácticas culturales son igualmente respetables ya sea la ablación o la lapidación o el matrimonio. Nadie puede juzgar nada como menos evolucionado bajo la sospecha de ser elitista y discriminador. Así todas las ideas son respetables, la de un terrorista o un pacifista, la de un fanático o un liberal. Esta fobia a la jerarquía se ha extendido por todos los ámbitos de la vida individual y colectiva de amplios sectores de la población de Europa y Usamérica[5].

La encontramos en la educación, (no hay métodos pedagógicos mejores que otros), la sanidad, (no hay visiones de la salud mejores que otras), la cultura (no hay instituciones, formas culturales, tradiciones o historias mejores que otras), y creo que ha entrado también en los ámbitos de la relación de ayuda. Esta visión bienintencionada y exagerada de lo políticamente correcto deriva en la suspensión del juicio crítico y jerárquico mostrando un mundo abierto y neutro que admite cualquier interpretación sin posibilidad de considerarla mejor o peor que otra cualquiera. [6]Aparentemente esta visión es tolerante, abierta, comprensiva y progresista, pero un análisis más en profundidad nos revela que la ausencia de jerarquía paraliza la evolución y favorece la aparición de fases retrógradas e involutivas.

En las relaciones humanes, en los ámbitos educativo y la relación de ayuda se oye a menudo que debemos dejar la iniciativa a los educandos y a los consultantes, porque se supone que ellos disponen de dispositivos internos que les orientan a su crecimiento personal. El profesor o el orientador no tiene autoridad para censurar o juzgar. Debemos partir de la posición del ayudado para ser eficaces.

Ante esta postura, creo que debemos distinguir claramente si la aceptación de la posición del ayudado se refiere a sus objetivos o a sus procesos. Veamos:

3. La pedagogía perenne:

Un asesor o un profesor o cualquier persona que se ofrezca para ayudar en el crecimiento de alguien debería conocer la GCS, los diversos estadios por los que las personas trascendemos las visiones del mundo. Nuestros actos y sentimientos y pensamientos obedecen a estas percepciones evolutivas que a menudo se muestran incoherentes o limitadas, provocando dolor anímico y físico.

El orientador puede colocarse en dos posiciones que yo describiré de forma extrema para ejemplarizar, aunque soy consciente de que raramente vamos a encontrar estas posturas en un orientador.

  1. El orientador escucha, se pone en el lugar del orientado, asume sus visiones del mundo y desde su experiencia, su distanciamiento emocional del problema y sus intuiciones o conocimientos psicológicos, aconseja al consultante para que sin modificar el plano, llegue a donde él cree que debe llegar.
  2. El orientador escucha, se pone en el lugar del orientado y percibe los errores de percepción y de construcción de la realidad del consultante. Le ayuda reconstruir su visión del mundo y confía en que en algún momento el plano habrá mejorado lo suficiente como para que el consultante vea con claridad los caminos que conducen al tesoro. El descubrimiento de la localización del tesoro (a menudo precedido del descubrimiento de la propia existencia del tesoro) y de la localización del sujeto en el plano suelen ser las dos tareas esenciales y una vez hechas, el trabajo está prácticamente concluido.

El primer caso sería un tipo de ayuda más propio de un psicólogo, alguien que sin cuestionar los objetivos personales colabora desde la técnica psicológica en su consecución. Un asesor (en el sentido restringido que antes he comentado) tendría los mismos objetivos pero usaría los métodos filosóficos. De algún modo y siguiendo la exageración didáctica un asesor no siente que tenga nada que ofrecer a quien no se lo pide, le parece correcta cualquier construcción de la realidad que aporte bienestar personal y acepta los objetivos que le sugiere el asesorado y evalúa como positiva la evolución que lleva a su consecución. Por decirlo de alguna forma, si una persona se siente feliz, no tenemos porque incomodarla, si no tiene conciencia de su limitada visión pero ello no repercute en mayor dolor del que cree normal, tampoco. Acepta, en caso de que plantee su malestar, los objetivos que le formula. Por ejemplo: quiero ser feliz, quiero olvidar, quiero ser capaz de..., quiero adaptarme, etc...

El orientador (entendido como lo identifico en esta dicotomía) se asemeja al pedagogo más que al psicólogo. Dicho también de forma exagerada el orientador siente que tiene algo que ofrecer a todos, cuestiona de forma sistemática las visiones para que se cuestionen y evolucionen. No acepta[7] los objetivos del orientado si siente que se formulan de forma involutiva y evalúa únicamente como positivo lo que acerca a la persona a las dinámicas de crecimiento personal según conoce por experiencia y/o estudio.

Por decirlo de algún modo, si una persona se siente feliz, no debemos considerar que esté exenta de aprender, si no tiene conciencia de su limitada visión debemos proporcionárserla (la forma o método lo analizaremos en el siguiente apartado) No acepta los objetivos que le plantee el orientado sino unicamente los objetivos válidos: ¿dónde estamos? y ¿dónde está el tesoro?

El modelo que presento de orientador, que sigue lo que llamo pedagogía perenne, está inspirada en el modelo del educador de enseñanza obligatoria. Como los alumnos tienen educación obligatoria, las personas tenemos vida obligatoria. El objetivo de los alumnos es que aprendan tanto como puedan de lo que les ofrece el currículum y el de los humanos es que aprendan tanto como puedan de lo que la vida les ofrece.

Los alumnos aprenden con la ayuda de profesores y compañeros (que no eligen) y deben conseguir autonomía en sus habilidades congnitivas. Los humanos debemos aprender con los demás (que no elegimos) y debemos adquirir el control de nuestra evolución. La pedagogía perenne sería pues el trabajo de colaborar con los demás en los aprendizajes que nos permitan adquirir nuevas visiones cada vez más evolucionadas y sus conductas coherentes consecuentes.

En cuanto a las técnicas didácticas, no necesariamente deben ser las mismas. De hecho hay multitud de caminos para aprender y a veces aprendemos aún sin proponernoslo. No voy a hacer un análisis de las metodologías didácticas aunque creo que sería muy interesante estudiarlo, sino que me centraré en dos modalidades básicas a las que llamaré maestría y condiscipulidad.

Maestría:

La maestría es el arte y destreza de enseñar. Algunas personas dominan claramente este arte y resulta altamente positivo para un discípulo interesado ser admitido por un maestro idóneo. El arte de la maestría me resulta desconocido puesto que no he tenido un maestro en este sentido y todo lo que conozco de ella deriva de lo que he leído escuchado y seguramente idealizado. Creo que no he sido lo suficientemente receptivo en mi vida para aceptar un maestro, y lo atribuyo en parte a que nuestra cultura engorda el ego autónomo y autosuficiente. Creo haber sido víctima de ello y haber perdido algunas oportunidades. Estoy realmente convencido de que “cuando el discípulo está preparado aparece el maestro” y que éste ha sido el motivo de mi orfandad pedagógica.

Mi experiencia sólo puede hablar pues de lo que he llamado condiscipulidad (por incapacidad de hallar una palabra que exprese más claramente a lo que me refiero)

Condiscipulidad:

Con este término me refiero al trabajo que ejecutan dos o más aprendices en ausencia del maestro. Como cuando en la comunidad rural enferma el maestro y se reúnen los alumnos para repasar y los más inquietos hojean las lecciones aún por explicar a la búsqueda de sentido. Compartiendo intuiciones y conocimientos diversos construyen conocimientos que deben validarse por su coherencia y eficacia a falta de la evaluación externa del maestro.

La condiscipulidad es una herramienta poderosa puesto que activa recursos de colaboración, autonomía y riesgo. Tiene también sus peligros y limitaciones evidentes.

Un orientador filosófico puede actuar desde la maestría o puede hacerlo desde la condiscipulidad. No voy a tratar ahora la maestría puesto que la desconozco y ni tan siquiera planteo la posibilidad o la conveniencia de su existencia dado que cuando existe se impone a cualquier juicio según creo.

La condiscipulidad, no obstante la conozco y he tenido con ella relaciones intensas. El encuentro con personas con ansias e intereses similares me ha proporcionado una suerte de relación pedagógica que incluye la comparación de planos, el estudio de signos y marcas y la valoración de las distintas posiciones en las que estamos y las vías más adecuadas para seguir el camino.

El lema de condiscipulidad podría ser una frase de R. Bach: “Cada cual enseña mejor aquello que más necesita aprender”[8]. Y así me lo confirma la experiencia. Incluso cuando en el ejercicio de mi profesión estoy dando una clase me doy cuenta de que en ocasiones, a medida que explico un concepto o idea que contiene alguna dificultad para mi, se vuelve más clara cuanto más intento transmitirla.

Lo he observado también en los otros ámbitos. Cuando insistimos a alguien sobre algún aspecto o nos interesa de forma especial aclarar una idea o sentimiento, es por la llamada que sentimos en nosotros de clarificar lo que pretendemos demostrar.

La enseñanza se convierte así en el principal factor de aprendizaje.

La relación del orientador con el orientado cuando actúa desde la condiscipulidad es de enseñanza aprendizaje entre iguales. Aunque la apariencia de la consulta, los status de profesional y cliente, el intercambio de dinero y la aparentemente desequilibrada gestión de las sesiones pueda hacer pensar que estamos ante algo más parecido a la maestría que a la condiscipulidad, la relación profunda que se establece es entre iguales. En la sesión se produce un intercambio que favorece por igual a ambos y los condiscípulos se muestran los planos y detalles de sus visiones para compartir y cuestionar lo común y para enseñar e ilustrar lo distinto. El asesor puede que sea un discípulo que lleva más tiempo en el aprendizaje, como un alumno que repite el curso por tercera vez o alguien que por edad cursa cuarto de la ESO frente a un alumno de quinto de primaria. Pero la diferencia es de matiz porque en esencia son condiscípulos. Aunque uno cobre y el otro pague, o aunque una consiga algo distinto al otro. (paz emocional, claridad intelectual, conocimiento espiritual, inquietud mental, intuición transcendente,... suelen ser los productos que ofrece el huerto de la orientación filosófica.

En realidad cualquier maestro puede afirmar que aprende de sus discípulos y por supuesto que así es pero la diferencia entre la enseñanza que ofrece alguien que aprende (condiscipulidad) y la que ofrece alguien que enseña (maestría) se distingue por los ritmos y la estructura de la relación. Mientras que la maestría no admite currículum ni urgencias ni programas básicos ni temporalizaciones, ni evaluaciones, los condiscípulos pactan unos tiempos, unos espacios, unos temas y unos acuerdos de mínimos. Requieren el soporte de instituciones y códigos normativos. Ello no significa que cuando veamos instituciones y códigos normativos estemos ante una relación de orientación. Bajo esta apariencia trabajan también los “asesores” y los psicólogos.

La cuestión de la didáctica, es decir del procedimiento me parece bastante secundario. Aunque se ha trabajo mucho sobre técnicas, habilidades comunicativas y recursos para el asesoramiento filosófico, creo que una vez comprendida la naturaleza pedagógica de la orientación cualquier recurso puede ser válido si se pone al servicio de la búsqueda conjunta (en el caso de la condiscipulidad) o de la maestría.

Así pues el único proveedor de energía de ayuda es el cuidado del propio crecimiento de forma compartida. La sincera intención de compartir este proceso y la honestidad consigo mismo en todo momento justifican el ejercicio de la orientación filosófica. Las cuestiones de la relación profesional, las dietas, y los status, serán irrelevantes cuando se establezca la relación pedagógica básica.

4. Topografías del desarrollo:

Me parece muy importante que los orientadores conozcan en profundidad los mapas y planos que mejor han reflejado la complicada estructura del todo. Cada filosofía, religión o ideología tiene su propio mapa más o menos coherente y amplio. El sincretismo y el eclecticismo configuran una actividad sintética con amplias potencialidades en este campo. Saber superponer los mapas y ajustar los contornos traduciendo los nombres, homologando los accidentes y dejar indicaciones abiertas donde las visiones se excluyen constituye una habilidad que Wilber domina a la perfección.

En este último apartado quisiera hacer referencia a dos planos o mapas que considero fundamentales. Son mapas del desarrollo, por lo tanto parciales. No son cosmovisiones en el sentido de los cuadrantes que he mencionado antes sino esquemas parciales de la campos de crecimiento humano. Son los mapas que mejor pueden ayudar a un orientador dado que la mayoría de consultas se refieren directa o indirectamente a problemas con los flujos evolutivos individuales o de grupo. Raramente una visión de la fisiosfera puede afectar el crecimiento espiritual.

Los dos mapas que presento y que considero más completos a mi modo de ver son la Espiral de desarrollo (adaptación de Wilber de la Spiral Dynamics de Beck y Cowan[9]) en su vertiente individual y colectiva y el sistema de los siete chakras en la versión de Nelson[10].

Antes de comentarlos, quisiera hacer una breve distinción entre mapas evolutivos y tipologías de personalidad.

4.1 De los mapas y las tipologías.

Este apartado pretende justificar el hecho de que presente únicamente dos esbozos de mapas globales. En realidad la sala de cartografía de la filosofía perenne está repleta de mapas. Hay que distinguir no obstante los mapas de las tipologías de personalidad porque en algún aspecto pueden confundirse y de hecho en algunos casos, como el que comentaré del eneagrama, la diferencia no está clara.

Un mapa comprende todas las fases de evolución posibles, de la más arcaica a la más elevada, mientras que las tipologías consideran la personalidad como una colección de características que se han consolidado en función de determinados factores (físicos en el caso de Sheldon, neurológicos en el caso de Springer, etc...)

A mi me interesan de forma especial los mapas dinámicos, los que presentan las fases de crecimiento próximo y las zonas de bloqueo.

Presento la visión de los siete chakras en versión de Nelson porque ofrece una visión holística del desarrollo individual y sus relaciones con la patología psicológica, algo que considero importante para el asesor.

La de Wilber la he escogido porque ha constituido mi mapa personal durante la primera fase de mi despertar y hasta hoy no he encontrado otra que la supere en amplitud (comprende la visión individual y social, la macro y la micro, la interior y exterior) ni en concreción.

No he seleccionado tipologías psicológicas como la de Erikson (personalidades “obtener”, “tomar”, “hacer”) o la de Karen Horney (personalidades “acercarse”, “alejarse” y “oponerse a los demás”) por su carácter fijo.

Tampoco la de Freud porque aun siendo dinámica y evolutiva no comprende a mi modo de ver todo el territorio y porque no incluye la posibilidad de autonomía y responsabilidad. En cierta forma se asemeja más a una tipología con criterios cronológicos que a un auténtico mapa.

Evito igualmente las tipologías simbólicas (tipos y arquetipos jungianos, por ejemplo) y las sociológicas (estilos directivos, por ejemplo) por no ser evolutivas. (Me refiero a que no indican los distintos niveles del desarrollo, no a que no puedan ser usadas para el progreso personal.)

Una mención especial merece el eneagrama. No soy un experto y por lo tanto esta opinión es temeraria. A pesar de que Gurdjieff no la presentó como un instrumento psicológico (de hecho no existía la psicología), el uso que se ha hecho del eneagrama a partir de la descripción de tipos de Ichazo y Naranjo sí ha sido psicológica, o al menos, existe la variante simplemente psicológica del eneagrama.

El eneagrama es también un instrumento de crecimiento personal y tal como escribe Helen Palmer[11]: “Los distintos autores y estudiosos contemporáneos de este sistema (el eneagrama) han terminado dando una perspectiva personal al tema. (...) Hay quienes se han centrado en las intervenciones psicológicas y en las estrategias de tratamiento mientras que otros, como yo misma, estamos más interesados en las distintas formas en las que el tipo puede actuar como un catalizador de la conciencia ordinaria a la conciencia superior”.

Y aun así, admitiendo que el eneagrama comprende toda la gama de despliegue humano, únicamente distingue entre los “centros” y los “centros superiores” (conciencia ordinaria y conciencia superior de Palmer) Me parece pues un mapa limitado.

Debo comentar también dos modelos que se presentaron en el curso para asesores filosóficos de ASEPRAF: el modelo de Dilts (modelo de campo unificado de PNL) que presentó B. Morillas y el modelo personal (en el sentido de “propio”) y ”wilberiano” de Fernando Rodríguez.

Por lo que comprendí del mapa de Dilts, o al menos del uso con se ejemplificó, más me pareció un eficaz sistema de análisis de la situación que un mapa de desarrollo. Me pareció que los distintos “nclaves” (entorno, comportamiento, capacidad,...) suponían perspectivas que el sujeto adoptaba en momentos determinados y que el análisis de las posiciones regresivas ayudaban a interpretar una conducta, una visión de campo (entendida como hábito perceptivo psicológico), más que un mapa de desarrollo humano de ámbito universal y alcance histórico.

Respecto al mapa (esquema global) que presentó F. Rodríguez y que me sedujo por su ambición y pretensión holística, creo que peca de complejidad y aunque seguramente añade exactitud, las distintas versiones de la TOE (Ver nota 1) de Wilber ofrecen una claridad y eficacia didáctica superior, en mi opinión. Como un mapa en el que el exceso de cotas y detalles orográficos dificultara la comprensión de las indicaciones básicas.)

Paso a continuación a un breve esbozo de los dos modelos o mapas que considero útiles para orientar y orientarse.

4. 2 Los siete chakras:

Los chakras son centros de energía que se ubican en determinadas zonas del cuerpo humano. Son centros contractores de energía (prana) y actúan a modo de interfaz entre los dominios sutiles (espirituales) y el reino físico.

En realidad el sistema de los siete chakras goza de una gran antigüedad y brinda un detallado mapa del progreso de la conciencia desde el embrión hasta los más elevados niveles de autorealización.

Nelson se limita a explorar el aspecto psicológico de este sistema y por ello hace hincapié en las conductas y los elementos físicos que las sustentan.

Veamos de forma resumida la escalera evolutiva humana a la luz del sistema de los siete chakras:

  1. El primer chakra: el chakra raíz (muladhara):

Orienta el desarrollo del niño antes de que llegue a consolidar un yo estable.

Se caracteriza por la relación libre entre el futuro individuo y la energía primordial[12] de la que procede.

Su modalidad básica es la supervivencia, es decir dedica a ella todo su ser.

Las personas centradas en este chakra basan su existencia en la dependencia y la identificación.

Se localiza en la base de la columna, en la parte inferior de la pelvis.

  1. El segundo chakra, chakra tifónico[13] (esvadhisthana)

Orienta la primera infancia período en que se crean las primeras fronteras del yo que establecen identidad separada del la energía primordial.

Se caracteriza por la satisfacción imaginaria de los deseos en un mundo mágico.

Su modalidad básica es el deseo desenfrenado y una sexualidad carente de forma.

Las relaciones se idealizan y tiñen de fantasía.

Está ubicado en el bajo vientre.

  1. Tercer chakra, el chakra del “poder” (manipura)

Orienta al joven a hacerse un lugar en la vida (profesional, social, familiar,...)

Se caracteriza por la máxima alienación de la energía primordial debido a que constituye un ego muy individualizado que conviene alimentar de continuo.

Las modalidades primarias son el poder y el control.

Las relaciones suelen basarse en la competencia y la manipulación.

Está centrado en el plexo solar.

  1. Cuarto chakra, el chakra del “corazón” (anahata)

Trasciende la identificación con los dominios material y social e impulsa hacia la unión con la humanidad y con todos los seres sensibles.

Se caracteriza por la compasión, la empatía, la dedicación o metas que transcienden el yo.

Las relaciones están basadas en el altruismo y la generosidad.

Ubicado en medio del pecho.

  1. Quinto chakra, el chakra de la “inspiración” (visuddha)

Abre las fronteras del yo a la energía primordial posibilitando el influjo de la consciencia superior.

Se caracteriza por la sabiduría, la apertura a los símbolos universales, desapego parcial de los logros mundanos y entrega al poder divino.

Las relaciones se caracterizan por el compromiso compartido hacia metas más elevadas.

Está ubicado en la garganta.

  1. Sexto chakra, el chakra “chamánico” (ajña)

Canaliza los influjos de la energía primordial para alterar voluntariamente la conciencia y la realidad.

Se caracteriza por la capacidad de acceso a la visión expandida y a la consciencia universal

Suele desarrollarse en estados privativos de relaciones humanas.

Se sitúa en el entrecejo (tercer ojo)

  1. Séptimo chakra, el chakra de la “reunificación” (sahasrara)

Retorno a la energía primordial y disolución de las fronteras del ego.

Su modalidad básica es la unidad y se caracteriza por la entrega total a la energía primordial.

Se ubica en la coronilla.

Este mapa permite situar la posición del individuo de forma general aunque conviene saber interpretar las fases de retroceso y los aspectos “enanos” o hipertrofiados del desarrollo que suelen ser los principales causantes de las crisis.

Además Nelson en su obra “Más allá de la dualidad” expone de forma clara las formas de conciencia alterada que se corresponden con cada uno de los estadios de desarrollo. El análisis de las manifestaciones regresivas y su comparación con las evolutivas, (distinción entre experiencias místicas y paranoia, por ejemplo) sirve para abrir nuevas luces en el diagnóstico de personas con síntomas débiles y confusos de conflicto mental.

Veamos ahora la espiral del desarrollo de Beck i Cowan en versión de Wilber.

4.3 La espiral del desarrollo:

En este mapa se identifican nueve niveles (olas, le llama Wilber para significar el carácter fluido y no lineal de esta evolución) A cada ola le corresponde un color y presenta características del desarrollo individual y colectivo.

Veamos una breve sinopsis.

  1. Beige: Arcaico-instintivo.

Supervivencia básica que depende de hábitos e instintos. Necesidad básica de alimento calor, sexo y seguridad.

Apenas existe un yo diferenciado.

La superviencia requiere la agrupación en hordas.

Primeras sociedades humanas, recién nacidos, ancianos, ciertas manifestaciones de locura y estados avanzados de Alzheimer.

  1. Púrpura: Mágico-animista:

Pensamiento animista y extrema polarización entre el bien y el mal.

Los espíritus pueblan la tierra y hay que apelar a bendiciones, maldiciones y hechizos.

Agrupación en tribus étnicas.

Presente en creencias y supersticiones mágicas, maldiciones, juramentos de sangre, ...

  1. Rojo: Dioses de poder:

Emergencia de un yo ajeno al grupo poderoso, impulsivo, egocéntrico y heroico.

El mundo se presenta como un lugar peligroso y amenazante. Dominantes y dominados. El yo actúa sin freno ni límite.

Presente en los reinos feudales, héroes épicos, líderes de bandas, mercenarios, estrellas del rock,...

  1. Azul: Orden mítico.

La vida tiene un sentido, una dirección y un objetivo impuesto por “alguien” todopoderoso. Códigos éticos rígidos e impuestos.

La obediencia a las leyes y normas se ve recompensado y su violación gravemente castigada.

Se encuentra en las antiguas naciones , en el fundamento religioso y mítico de los pueblos.

  1. Naranja: logro cintífico.

El yo busca la verdad y el significado en términos individuales y no en la mentalidad colectiva.

El mundo se presenta como una máquina racional bien engrasada que sigue leyes naturales que pueden ser descubiertas, dominadas y manipuladas.

El mundo es un terreno de juego en el que rigen leyes racionales que debemos aprender y dominar.

Presente en la aparición de los modernos estados

  1. Verde: el yo sensible.

Centrado en la comunidad, en la relación entre los seres humanos y en la sensibilidad ecológica.

El respeto y el amor reemplaza a la fría razón. Es contrario a la jerarquía y enfatiza las relaciones y el diálogo.

Relativismo pluralista.

Presente en la ecología profunda, el postmodernismo, la psicología humanista, la teología de la liberación, Greenpeace, derechos de los animales, lo políticamente correcto, derechos humanos,...

  1. Amarillo: integrador.

La vida se presenta como un conjunto de visiones jerárquicas que se armonizan entre sí evitando su incompatibilidad. Cuando no sea posible no hay reparo en reconocer los grados naturales de ordenamiento y excelencia.

  1. turquesa: holístico.

Orden universal consciente y vivo. Sistema holístico universal.: integra el sentimiento y el conocimiento; múltiples niveles entrelazados en un sistema consciente.

  1. Coral holónico:

Como podemos ver, a partir del sexto nivel, las descripciones y características son menos explícitas dado que son niveles con muy poca implantación a nivel individual y casi nula a nivel colectivo.

A efectos terapéuticos resulta muy conveniente analizar las distintas lineas y corrientes del desarrollo que son los ámbitos que evolucionan de forma más o menos autónoma. (Por ejemplo, la evolución kinestésica, cognitiva, moral, emocional, espiritual,...)

Una persona puede y suele tener algunos aspectos desarrollados y otros claramente bloqueados. Esto genera un desequilibrio que se manifiesta con un malestar que puede oscilar entre niveles de simple molestia hasta alteraciones psiquiátricas profundas.

Conocer estos mapas y ayudar a las personas que nos solicitan colaboración a situarnos en el lugar aproximado de nuestra historia evolutiva individual y social, al tiempo que aprendemos junto a ellas de sus particulares perspectivas y visiones, es la tarea básica del orientador filosófico.

Girona, 11 de setiembre de 2004

[1] Aunque esta visión aparece de forma reiterada y obsesiva en la mayoría de las obras de Wilber, es en “Breve historia de todas las cosas” (Kairós. 97) donde aparece mejor desarrollada y mejor adaptada a una omnicomprensión o lo que el llama una TOE (Theory of Everything)

[2] Se describen en NELSON, J.E.: “Más allá de la dualidad” La liebre de Marzo, 2000 (pp.468-469)

[3] Citado por Wilber en “Sexo, ecología y espiritualidad” Gaia, 1996 (p. 20)

[4] WILBER, K.: “Boomeritis”, Kairós, 2004

[5] Usamérica indica los Estados Unidos de América.

[6] Esta visión ha sido popularizada en Catalunya a través de una frase de éxito que lanzó de forma machacona el periodista de TV3 Andreu Buenafuente cuando ante cualquier opinión o manifestación de gusto de los invitados a su programa repetía como una muletilla salvadora: “Ni mejor ni peor, simplemente distinto”

[7] Nos referimos a una no aceptación de fondo, no a una formulación explícita o rechazo de lo que se cuenta. Lo escucha y no lo acepta pero trabaja con ello para que se cuestione.

[8] BACH, R,: “Ilusiones” J.Vergara Ed. 1987

[9] Citado por Wilber en “Una teoría de todo”, Kairós 2003

[10] Op. cit. capítulos 9 al 15.

[11] PALMER, H.: Tipo sagrado: las nueve personalidades del eneagrama”, en VV.AA.: “¿Quién soy yo?”, Kairós, 1995, p. 291.

[12] Nelson la llama el Fundamento aunque se le denomina de muchas formar: energía, tao, absoluto, todo, ser de Parménides, esencia, Dios de los panteístas, ...

[13] Término acuñado por Wilber para designar los primeros niveles personales. En referencia al dios Tifón de la mitología griega.